domingo, 28 de enero de 2018

La Vida Artificial De La Inteligencia Artificial

Los humanos hemos imaginado un autómata desde hace siglos: una máquina que haga lo que nosotros hacemos. Desde la idea del “Espíritu” de Hegel, al chusco dislate de “El Golem” de Borges, pasando por la concepción del desarrollo tecnológico de Marx, hasta llegar a las acabadas ideas de Isaac Asimov, y el Terminator de James Cameron, la inteligencia artificial es una obsesión humana que a juzgar por lo que está ocurriendo en las tiendas de Amazon, en las búsquedas en Google, en los iPhones de Apple, está ya entre nosotros y a punto de irrumpir en nuestras vidas de manera irreversible.
La Inteligencia Artificial (IA) supone ir más allá de la máquina. Una máquina nos ayuda a hacer cosas que los humanos hacemos (escarbar, pintar); o nos ayuda a hacer cosas para lo que biológicamente no fuimos hechos (volar, sumergirnos en los mares). En las máquinas el operario sigue siendo humano. La IA implica la desaparición del operario: es la máquina que se basta por sí sola. La IA quiere aspirar a sustituir lo más humano que tenemos: dar sentido a lo que hacemos.
“Serán cenizas más tendrán sentido”, reza el hermoso verso de Quevedo, sospechando que la diferencia entre la naturaleza muerta y la vida es precisamente el dotar de sentido a lo que hacemos. La IA quiere justo eso: replicar y sustituir la capacidad de dar sentido a lo que hacen las máquinas. ¿Es esto posible? ¿Puede una máquina imprimir sentido a lo que hace sin ser ordenado por un operario humano?
Imaginemos una máquina que se niegue a ejecutar las órdenes para las que fue programada porque esa misma programación la lleva a inferir que lo que hace contraviene una regla más íntima. ¿Podríamos decir en ese caso que la máquina ha accedido a una moral? ¿La moral se desprende de un algoritmo que nos fue útil a los humanos en nuestra evolución y es por tanto programable y ejecutable? ¿Sería este nivel de la IA equivalente a decir que puede imprimir sentido, como querría Francisco de Quevedo?
La IA está ya por todas partes. Detrás de una parte creciente de las actividades que hacemos. Algunas de ellas insospechadas: la lucha contra el crimen, por ejemplo, en dónde la IA ayuda a analizar los datos que llevan a la detección de criminales, y en donde muy pronto veremos a robots ejecutando aprehensiones y combatiendo pandillas. ¿Pueden los robots entonces impartir justicia?
De entre las múltiples profesiones que en los próximos años podrían ser sustituidas por los robots se encuentra, dicen, la de abogado. Redactar documentos jurídicos es una labor mecánica susceptible de ser ejecutada, como el jugar ajedrez, de manera más eficiente, por robots. ¿Pero puede un robot sustituir a un juez?
¿No es la justica un algoritmo, una secuencia lógica que conduce a un resultado: declarar culpabilidad o inocencia? Imaginemos que la IA sea capaz de impartir justicia: ¿sería capaz de dispensar gracia?
Si la IA es capaz de la justicia; si una regla presupuestal sencilla y clara es impresa en su código; si un número infinito de sensores le permite ver, oír y escuchar lo que ocurre; si los robots pueden atender los efectos de un desastre natural mejor que los humanos; ¿podrían gobernar? Es decir: administrar los asuntos públicos, atender la seguridad y los servicios, de una manera más eficiente y honesta que los humanos.
La aplicación de la IA a los mercados de capitales es también un desafío desconcertante. Invertir o desinvertir puede ser resultado de un algoritmo resoluble por la IA. Un robot puede comprar y vender activos financieros dependiendo de las valuaciones. Si esto ocurriera el mercado estaría siempre perfectamente valuado: no habría gangas ni burbujas especulativas, todos los activos estarían siempre en su valor justo. Un robot no es presa del miedo, ni de la codicia, y estos dos sentimientos, disparados por reacciones químicas de nuestra compleja biología son las que impulsan y detienen, los que aceleran o colapsan a los mercados. Un robot inversionista: ¿cómo sabrá si debe vender cuando el pánico cunda?

Un robot puede sin duda escribir la 5ª Sinfonía de Beethoven, puede ejecutarla mejor aún que una orquesta humana. ¿Pero puede disfrutarla? ¿Podemos saber si es capaz de disfrutarla? Si la respuesta es no, entonces valdría la pena preguntarse (Y dudo que lo siguiente puede responderla la IA): si un mundo gobernado por inteligencia artificial, viviendo una vida artificial, vale la pena. Pues la IA parecería incapaz de una cualidad humana crucial: la duda.

domingo, 21 de enero de 2018

Las Trampas de Trump: El Peligroso Estímulo Fiscal

Keynes nos enseñó, (y el desarrollo de la crisis de 2008-2009 y su solución nos mostraron que la macroeconomía moderna, es keynesiana), que para salir de una recesión, la combinación de expansiones monetarias y fiscales funciona. Expandir el gasto público aún a costa de incrementar el déficit fiscal en la depresión del ciclo da resultados. ¿Por qué entonces Trump recorta impuestos, lo que elevará el déficit, en medio de una formidable expansión? Cuando la siguiente recesión llegue, y llegará, Estados Unidos tendrá un déficit ya, dificultando el accionar de la política fiscal.
La política económica tiene dos brazos principales: la política fiscal y la monetaria, y mientras que la Fed está normalizando sus condiciones, subiendo las tasas de interés durante la actual expansión económica, Trump está encaminando la política fiscal en la dirección contraria: reduciendo impuestos y por lo tanto creando las condiciones para un aumento en el déficit  cuando la economía menos lo necesita.
La tasa de desempleo en Estados Unidos está en mínimos de más de una década, prácticamente en niveles considerados de pleno empleo: la expansión manufacturera y del sector servicios ha sorprendido incluso a los más optimistas, y los salarios reales han comenzado, ligeramente, a expandirse. La economía no necesita estímulo, está creciendo por encima de la tendencia ella solita. Recortar impuestos y aumentar el consumo ahorita solo arriesga sobrecalentar una economía muy bien encarrilada.
La Fed está por su parte haciendo lo correcto: ante una economía con un cuadro de expansión sólida, está subiendo los réditos para moderarla y evitar que la inflación despegue.
Trump y sus amigos se han reducido los impuestos para aumentar sus ganancias justo cuando el Tesoro estadounidense precisaba que los impuestos subieran. Más aún, las condiciones de desigualdad en el ingreso y la riqueza, las peores desde el siglo XIX en ese país, requieren de mayores tributos a los más afluentes. Trump y sus cuates, sedientos de ganancias, están yendo no únicamente contra el ciclo económico, sino contra el ciclo de más largo plazo: empeorarán la profunda desigualdad predominante justo cuando es necesario revertirla o de lo contrario el consenso social en Estados Unidos, al borde del desgaje, podría empeorar, sobre todo cuando llegue la siguiente recesión.
Hace un año publicábamos aquí que el mecanismo más eficiente contra esta receta pro-cíclica y sin sentido de Trump sería el insobornable mercado de bonos. Y el mecanismo se ha disparado sin dilación. Las últimas dos semanas el bono líder, el de 10 años, ha sonado las alarmas, ubicando su tasa en 2.65%, la mayor de los últimos once años, enviando un claro mensaje: los implacables inversionistas de bonos están preocupados sobre los efectos que el tramposo plan de Trump tendrá sobre el déficit: los Estados Unidos deberán de aumentar su deuda, emitiendo más bonos y con ello abaratarán sus precios y subiendo las tasas.

Hace un año en estas páginas anticipábamos este fenómeno. Decíamos: “El mercado de bonos está anticipando que la expansión fiscal agresiva que podría caracterizar a Trump deberá ser acompañada de alzas en las tasas de interés de la Reserva Federal, incrementando el costo del servicio de financiamiento a empresas y gobierno”

Hay un característica especial de la tasa del bono de diez años: influye de manera muy especial sobre el mercado de acciones. Típicamente las estimaciones de ingresos futuros de las empresas, los cuales sustentan el precio de las acciones, son descontados a valor presente usando la tasa del bono de diez años. A mayor nivel de las tasas de interés de diez años, menos atractivas serán las acciones en las bolsas. El rally de Wall Street tiene en el alza de las tasas de diez años su más clara amenaza.

La lógica del estímulo fiscal de Trump es sencilla: menores impuestos pondrá más dinero en las manos de los más ricos y las empresas. Pero inyecta ese dinero cuando la economía navega a todo vapor, y esos menores impuestos causarán un déficit fiscal que elevarán el costo del crédito y obligarán a la Fed a seguir subiendo las tasas para prevenir la inflación. La economía funciona con leyes de hierro: e incumplirlas, como en este caso, implica que tarde que temprano, el que la hace la paga.

domingo, 14 de enero de 2018

El Olor De La Burbuja Y Los Inversionistas Bisoños

Los mercados financieros son impredecibles. El significado de la oración anterior es difícil de entender, pero implica que quienes invierten allí desconocen si y cuando, una acción en particular, o el mercado en general, van a subir o bajar. Los últimos nueve años estar en el mercado ha sido una fiesta, casi todo ha subido, y lo ha hecho hasta el punto en que, de acuerdo con algunas medidas, las acciones están caras. Pero aunque los precios estén altos, pueden seguir subiendo, como en una burbuja especulativa. Y quizá eso esté a punto de pasar.
Luego de alcanzar un fondo terrible en el año 2009, tras la espantosa crisis financiera de 2008-2009, los mercados comenzaron a recuperarse y a despegar. Nueve años después su ascenso no se ha detenido, y el perfil del mercado muestra algunas señales que sugieren la entrada en una burbuja especulativa.
El año pasado por ejemplo, los índices de Wall Street (el Dow, el S&P 500, el Nasdaq), tuvieron cierres positivos en todos y cada uno de los meses del 2017. Este año que recién inicia ha atestiguado el entusiasmo en todos los sectores, impulsados por un continuado crecimiento económico y el regalo de Trump a las grandes corporaciones con su reforma impositiva. Los mercados han subido ocho de las primeras nueve sesiones. Los mercados ya no caen.
Los indicadores que miden la volatilidad del mercado (como el VIX) están en mínimos desde el 2008, justo antes de que la burbuja inmobiliaria estallara, y este sea quizá el indicador de que un tufo a burbuja especulativa pareciera estarse regando por el mercado.
Una burbuja especulativa es difícil de identificar. Por mucho que una acción o clase de activos espumee, es arduo saber si se trata de una burbuja o de una apuesta correcta de los inversionistas respecto del futuro. Una burbuja se reconoce sólo hasta que se revienta. No antes.
Pero hay una señal que parece estar inequívocamente ligada a una burbuja: la euforia. Cuando nos olvidamos de toda precaución, cuando perdemos todo miedo, cuando desechamos todo cuidado, podemos abandonarnos al éxtasis y al desenfreno. Y hay muchos indicadores que sugieren que los inversionistas han tirado la precaución por la ventana: el VIX se encuentra en mínimo de una década; el S&P supera su promedio móvil de 200 días; y el número de inversionistas optimistas supera al de los pesimistas (bull/bear index) por primera vez en años.
La primera condición parece estar ya presente: los inversionistas han abandonado su instinto de conservación. Falta ver si se entregan a la euforia. Y al respecto debería de haber pocas dudas: la subida imparable de Wall Street, el rally parejo e irrefrenable del 2017 en dónde no hubo nada que no subiera (hasta el oro y el petróleo), la locura de Bitcoin y similares.
Si tuviera que apostar, apostaría a que estamos ya en una burbuja especulativa. Se huele. Estamos quizá en las etapas iniciales, pues hay aún algunas acciones (especialmente las bancarias) en donde los precios no gozan las sobrevaluaciones presentes en la burbuja que explotó en el 2008-2009.
Si efectivamente estamos en una burbuja, y si estamos en las etapas iniciales de la misma (lo cual sólo lo sabremos en el futuro), entonces la implicación es muy importante: el miedo a perderse las ganancias de la burbuja atraerá a millones de inversionistas bisoños quienes comprarán lo que se mueva para no perderse la fiesta.
La prensa financiera mexicana está en deuda con Luis Soto por haber popularizado esa categoría precisa, y lingüísticamente, preciosa: el inversionista bisoño, aquél que es arrastrado por la euforia de los demás y compromete sus ahorros con la ilusión de volverse ricos instantáneamente, pero que acaban sepultados por los despojos cuando los mercados se derrumban. Son los inversionistas bisoños los que acuden al olor de la burbuja como abejas a la miel, y quienes la alimentan, inflándola hasta que revienta.
Si la burbuja está comenzando a inflarse es tentador subirse en ella y cabalgarla enriqueciéndose con su euforia y salirse antes de que reviente. El problema es que puede reventar en cualquier momento: mañana o dentro de dos años, y el riesgo de que nuestro cálculo sea erróneo es altísimo.

¿Y por qué, vale preguntarse, nos importaría que alguien gene o pierda en los mercados? La respuesta es sencilla y contundente: cuando Wall Street festeja sólo sus inversionistas lo gozan. Pero cuando Wall Street sufre, quien agoniza es el mundo entero.

domingo, 7 de enero de 2018

La Década Del Rally ¿Y Su Fin?

Este año que inicia marca una década desde el inicio de la más severa crisis económica y financiera de la era moderna: la hecatombe de 2008-2009. Quienes recordamos esos días tenemos una memoria tan vívida de las jornadas más críticas, que podríamos palpar la incertidumbre de entonces. Este año los mercados financieros celebran nueve años de alzas ininterrumpidas, así que vale la pena preguntarse si esta tremenda fase alcista de las bolsas seguirá enfilada, o si veremos un traspié severo de los activos financieros.
A los fondos de inversión, y en general a los gestores de activos, les gusta, para propósitos de vender sus servicios, mostrar su desempeño histórico con el fin de convencer a sus clientes de lo bien que hacen su trabajo. Suelen ilustrarlo con el desempeño del último año, de los últimos cinco y de los últimos diez. Este es el año en que todos serán unos genios financieros, pues en el comparativo del desempeño de los últimos diez años todos los fondos se medirán contra el pavoroso precipicio a donde se despeñaron las bolsas hace diez años, dinamitadas por la crisis financiera e inmobiliaria en los Estados Unidos.
En la comparativa del desempeño de los últimos diez años prácticamente todos los inversionistas mostrarán unas credenciales espectaculares, pues compararan su posición actual contra los mínimos de la crisis, así que será fácil mostrar impecables credenciales.
Pero como el desempeño pasado no es garantía de desempeño futuro, y nadie puede garantizar ese futuro, habrá que ser muy cuidadoso cuando se nos acerquen este año a ofrecernos manejar los ahorros y pensiones. Lo que nos muestren no será cuestión de su talento, sino del mero hecho de seguir aquí luego de diez años.
Tras alcanzar sus profundos mínimos en el año 2009, los mercados no han dejado de remontar, y nos encontramos actualmente en la cúspide del segundo mercado alcista más prolongado de la era moderna, sólo igualado por el que murió en el año 2000 cuando la burbuja tecnológica revienta.
Bajo casi cualquier indicador los precios de las acciones, de los bonos, de muchas commodities, de los principales índices y activos financieros, están muy caros respecto de las referencias históricas. Una medida para estimar qué tan caro está el mercado, el ratio de precio a utilidad, o P/E, muestra a los precios en Wall Street en su nivel histórico más alto, solo sobrepasado por la exuberancia presenciada durante la burbuja tecnológica hace dieciocho años.
Que el mercado esté caro, muy caro, no significa que pueda ponerse aún más caro. La exuberancia por definición es un fenómeno sin límite. La euforia por definición es algo que no puede contenerse. Un caballo desbocado no conoce freno hasta que tropieza o se derrumba al precipicio. Lo mismo ocurrirá con este mercado enloquecido. Todo indica que los precios que pagamos por acciones de compañías como Apple, Amazon, Netflix, y Facebook están más allá de toda proporción. Pero por muy airosos que estén sus precios, podrán seguir inflándose e implantando nuevos récords por un tiempo indefinido, hasta que dejen un día, de repente y sin aviso, de hacerlo y comiencen a desplomarse.
¿Dicho desplome ocurrirá este año? Imposible saberlo, pero dado que no ha ocurrido hasta ahora, la probabilidad de que acaezca es mayor. Curioso, pero los cracks bursátiles tienen una distribución de probabilidad semejante a los terremotos. Los sismólogos saben que un sismo mayor, proveniente de la Placa de Cocos en México, debe de producirse. Y dado que el último sismo con tales características se produjo hace ya más de treinta años, la probabilidad de que el próxima ocurra aumenta cada día que pasa. Lo mismo ocurre con los cracks de las bolsas: si los precios de las acciones están muy caros, incluso demasiado caros, como se encuentran en estos momentos, si bien es imposible saber cuándo se derrumbarán las bolsas, si es posible decir que cada día que pasa la caída es más probable.

Este será el año en que los gestores de fondos y los inversionistas presuman espectaculares rendimientos en su desempeño de los últimos diez años. Al destino, que parecen gustarle las ironías, no se le vaya a antojar que sea este también, el año del barranco.