domingo, 29 de octubre de 2017

Paul Mcartney Y Sus Enemigos

En su concierto el pasado fin de semana en México, Paul Mcartney mostró varias cosas: primero, que el envejecimiento es un estado mental y segundo, que la globalización es irreversible. Karl Popper escribió hace setenta años un libro de título preciso y contenido desigual llamado “La Sociedad Abierta y sus enemigos”: un alegato quizá bien intencionado contra el totalitarismo de cualquier signo, que serviría para argumentar contra dos tendencias siniestras del mundo de hoy.
La primera tendencia es la intención de revertir la globalización y sus logros. Si bien el balance es delicado, en lo personal me encontrarán siempre del lado de quienes defienden la globalización y sus desarrollos: un mercado global en donde los bienes y servicios circulen lo más libremente y en donde los consumidores tomen sus decisiones lo más soberanamente posibles es mejor que una sociedad cerrada en donde los consumidores tengan que subsidiar las ineficiencias de productores protegidos por aranceles y nacionalismos.
La globalización comenzó de manera franca tras el fin de la segunda guerra mundial, cuando las fronteras físicas fueron demolidas por los ejércitos. La economía global que se levantó desde las cenizas de la guerra, encabezada por los Estados Unidos, fue de manera gradual abriendo las sociedades y economías nacionales y creando una cultura común.
El rostro cultural de la globalización es la cultura pop, esa amorfa cauda de expresiones plásticas, musicales, literarias y deportivas que definen una cultura común y que tras la segunda guerra comenzaron a romper las identidades nacionales en pro de una cultura global general. Creo que no sería muy discutible afirmar que la trayectoria de Paul Mcartney ilustra como ninguna la evolución de la cultura pop en tanto que rostro de la globalización.
Cuando los Beatles se convierten en la primera mercancía verdaderamente global, lo que la Beatlemanía hace con los géneros musicales nacionales fue el preludio de lo que las industrias de los países avanzados comenzarían a hacer pocos años después con las industrias y economías locales: avasallarlos y forzarlos a su transformación.
¿Qué hizo de Mcartney y los Beatles el primer gran éxito de la globalización? Fueron los creadores de la primera música urbana, rompiendo así los géneros nacionales atados aún al ámbito rural. El rock and roll, sobre todo el de Mcartney y los Beatles, son el primer género urbano y la música producida por el factor demográfico más importante de la globalización: los baby boomers, la generación que explotó tras la postguerra.
El rock and roll fue la primera mercancía de la globalización, y llevó al inglés a convertirse en la lingua franca del mundo. Una generación tras otra han comenzado a aprender inglés y de allí a convertirse en adeptos de la cultura pop gracias a las canciones de Mcartney y su banda. Mcartney es el tótem de la globalización, y al verlo el pasado fin en su concierto en el Estadio Azteca me quedó claro que aquellos que como Trump, el Brexit, y otros movimientos aislacionistas, buscan detener la globalización, están condenados al fracaso: una parte de nuestras emociones se expresan en inglés, y al mismo tiempo la cerveza más vendida en Estados Unidos es la Corona. El taco se ha convertido en la comida de moda en el mundo, y la canción más famosa de estos años es un reaggetón puertorriqueño cantado en español: la globalización es una senda de ida y vuelta con muchos carriles, por donde circulan “Yesterday” de ida, y “Despacito” de vuelta. No habrá forma de pararla.
Pero hablábamos aquí de dos tendencias siniestras: la primera es la intención de detener ese proceso desigual, injusto pero inevitable por humano que es la globalización. El segundo es el alarmante deterioro en la calidad de vida de una parte creciente de la población debido al consumo excesivo de proteína animal, azúcar y los derivados de ambos.
Desde muy joven Paul Mcartney y Mick Jagger decidieron convertirse en vegetarianos, y con el paso del tiempo incluso han eliminado de su dieta la proteína animal. Muy seguramente la dieta que han seguido les ha dado la increíble vitalidad que hoy, a sus 75 años, siguen dilapidando en conciertos de casi tres horas en giras por todo el mundo. Paul Mcartney se ve más sano y vital que muchos de sus fans más jóvenes que han seguido una dieta rica en grasas saturadas, proteína animas y dulces. La energía con la que se hace cargo del escenario probablemente esté ligada a sus decisiones de alimentación y de dieta.

Un resultado indeseable de la globalización es justo esa dieta McDonald’s, que está diezmando la salud de una franja creciente del mundo. Paul Mcartney es una muestra no nada más del poder de la globalización, sino también que decisiones personales sencillas y educadas pueden revertir una de las peores aristas de ese fenómeno que un tal Paul junto con otros tres amigos, inició sin saberlo hace más de cincuenta años ya.

domingo, 22 de octubre de 2017

¿El Gran Auge, O La Gran Burbuja?

Hace 30 años, el Dow Jones sufrió la peor caída porcentual de su larga historia, desplomándose poco más de 22 por ciento y sacudiendo a los mercados financieros del mundo en lo que resultó ser el lunes negro del 19 de octubre de 1987, cuando el Dow Jones cerró en 1,738.74 puntos. Para conmemorarlo, el Dow cerró la semana pasada con un nuevo récord histórico, ligeramente por encima de los 23 mil puntos. En treinta años el Dow ha ganado 1,321 por ciento, ¿una portentosa muestra de la creación de riqueza de los mercados de capitales? ¿o una gran burbuja?
Si usted hubiera invertido un millón de dólares tras el cierre de aquél lunes negro hace treinta años, ahorita tendría mil millones en su cuenta, a pesar de los cracks y sustos que de manera recurrente presenta el mercado. La larga marcha del Dow Jones de los últimos treinta años ha visto cosas sorprendentes: la caída del bloque soviético; la transformación radical de la economía China; la apertura económica de la India; la unión económica de Europa y su amenazante desintegración; el internet y la transformación del mundo que ha provocado; la creación, la casi desaparición, el resurgimiento y el dominio apabullante de Apple en el panorama empresarial del mundo; la pérdida de predominancia de la OPEP y el resurgimiento de Estados Unidos como potencia petrolera; el TLCAN; el auto eléctrico comercial.
Todos esos eventos y muchos más se han incorporado de una manera u otra a los precios de las acciones en el mercado, y han producido una acumulación de fortuna en los poseedores de acciones en las últimas tres décadas sin paralelo en la historia de la humanidad.
Le tomó a los mercados casi tres años para recuperarse del todo de la masacre de aquél lunes negro, pero treinta años después el rendimiento ha sido espectacular. Es tentador desprender de lo anterior una moraleja: que la paciencia, la inversión metódica, y la disciplina, son las mejores habilidades para invertir. Los hechos parecen confirmarlo: en las últimas tres décadas una inversión constante, disciplinada y diversificada en un portafolio que siga a los principales índices del mercado ha dado resultados tan espectaculares como los mencionados líneas arriba.
Los resultados del Dow los últimos años parecen apoyar esa idea, y los ejemplos abundan: desde inversionistas individuales hasta instituciones, fundaciones, fondos de pensión, y fondos soberanos han presentado un récord envidiable que muestra que invertir en los mercados de capitales es una fórmula que funciona muy bien en el largo plazo: la tremenda transformación económica y política del mundo ha producido una riqueza descomunal que ha sido capturada en buena medida por los mercados.
Pero déjenos deslizar una hipótesis que ha sido expresada por algunos inversionistas y economistas. Primero a nivel de un hecho estadístico: este inmenso auge bursátil de largo plazo coincide en el tiempo con un colapso secular del costo del dinero.
Tras sufrir en la década del setenta una dificilísima combinación de alta inflación y estancamiento económico, la Reserva Federal de los Estados Unidos decidió trepar las tasas de interés a un nivel récord en 1981-1982 (superior al 19%), hasta sus niveles máximos de la historia. La brusca alza en el costo del dinero logró aniquilar la inflación, ayudando a la economía rápidamente a recuperar tracción y generar empleos. De entonces a hoy, y con algunas interrupciones cíclicas, las tasas de interés han tenido una tendencia secular clara: el descenso, hasta llegar prácticamente a cero por ciento en el período 2009-2016, conformando el mayor período de reducción de tasas en la historia de los Estados Unidos.
Ese período secular, de más de treinta años, de tendencia decreciente de las tasas de interés, se ha correspondido con el auge bursátil inusitado que se describió antes. Todos los inversionistas saben que menores tasas de interés son una bendición para el precio de las acciones: el valor presente descontado es mayor conforme menor es la tasa de interés, así que más de treinta años de tasas descendentes parecen ser simétricos con más de treinta años de bonanza bursátil.

Las tasas de interés han comenzado a treparse en los últimos doce meses, abandonando los mínimos históricos que vimos tras la crisis de 2008-2009: ¿habrá comenzado una reversión del ciclo de baja de largo plazo de las tasas? ¿o el alza será moderada o pasajera? Si el ciclo de descenso de largo plazo termina y entramos en un alza secular del costo del dinero ¿los próximos treinta años serán de fracasos para los mercados? O lo que es lo mismo: el estupendo auge bursátil de los últimos treinta y pico de años ¿estuvo sostenido por robustos fundamentos o es una gran burbuja creada por el dinero barato? Lo sabremos en treinta años.

domingo, 15 de octubre de 2017

La Inflación: ¿Nada Por Aquí, Nada Por Allá?

Todo economista en algún momento de su carrera recibe la siguiente lección: la inflación es un cruel impuesto, especialmente contra los pobres, y por lo tanto es indeseada. También recibe la lección siguiente: si el crecimiento económico es demasiado fuerte, entonces los recursos escasearán y provocarán la aceleración de la inflación. Es por tanto deseable un balance entre crecimiento y empleo, e inflación, que mantenga a la economía en una senda estable de desarrollo. Salvo por el hecho de que la tan temida inflación no ha asomado las narices en los últimos veinte años, tales enseñanzas, que son un mantra para los economistas, parecen correctas.
La economía de los Estados Unidos se encuentra hoy muy cerca de lo que se conoce como pleno empleo: la tasa de desempleo es la más baja desde la gran recesión de 2008/2009 y al menos en la superficie, denota un mercado laboral en donde no hay trabajadores para contratar y por tanto los salarios deberían de estar creciendo. Pero no ocurre: ni los salarios se mueven como si no hubiera ya desempleados, ni la inflación general refleja un incremento en los costos laborales, ni una reducción en los márgenes corporativos.
Tras la pesada recesión de 2008/2009 la economía poco a poco se enderezó y al día de hoy cuenta con casi nueve años ininterrumpidos de crecimiento: los mercados laborales están apretados, los precios de las materias primas estables, los mercados financieros no dejan de subir, las ganancias corporativas rompen récords, pero algo falta: la inflación concomitante con una larga y sólida expansión no aparece por ningún lado.
Cuando Trump es electo en noviembre 2016 los mercados apostaron por una reflación económica: Trump recortaría impuestos, dispararía el gasto, lo cual causaría un repunte de los precios, ayudando a aquellos sectores, como los bancos y los bienes raíces, que se beneficiarían de una mayor inflación.
Pero los mercados pronto se dieron cuenta de un detalle: un mayor déficit presiona al alza a las tasas de interés, sobre todo las de largo plazo y las mayores tasas hacen más atractivo al dólar, apreciando a la moneda estadounidense, abaratando con ello las importaciones y aligerando las presiones inflacionarias. Resultado: la mezcla de políticas –cualquiera que esta sea- de Trump, no se ha traducido en mayor inflación.
Pero la labor de los bancos centrales, los guardianes contra la bestia inflaciomaria, no es domar la inflación tras escapar de la jaula, es mantenerla en la jaula para que no haga daño. Y eso es justamente lo que los mayores bancos emisores del mundo, encabezados por la Reserva Federal, quieren hacer.
En la reunión conjunta del Banco Mundial y el FMI en Washington de este fin de semana el discurso más resonante fue el de Janet Yellen, quien advirtió que “estas cifras suaves (de inflación) no persistirán”, entonándose con otros bancos centrales como el europeo, el canadiense, y el de Inglaterra, quienes en los últimos doces meses han gradualmente eliminado el sesgo salvajemente expansionista con el que tuvieron que intervenir para salvar la mundo de una gran depresión hace ya casi una década.
Diez años después las principales economías del mundo y emergentes parecen estar en una senda de crecimiento sólido, y los riesgos financieros, salvo el hecho de mercados accionarios demasiado inflados, no parecen nublar el horizonte de corto y mediano plazo. Los bancos centrales han decidido que el estímulo masivo que inyectaron en la economía global debe ser removido paso a paso y que el monitoreo de la inflación, tan ausente del mapa por casi dos décadas, debe de retomar el centro del escenario.
Con la excepción de Japón, cuya lucha contra la deflación lleva ya más de tres décadas, todos los bancos centrales están removiendo el estímulo monetario y adoptando una vigilia antiinflacionaria en el corto y mediano plazo, tal y como el Banco de México ha tenido que hacerlo desde hace unos dieciocho meses ante condiciones particulares que han disparado la inflación en la economía local.

Algunos arguyen que la única inflación visible es la de los mercados accionarios, en donde los precios no han dejado de trepar contra viento y marea. Pero incluso aunque la inflación no repunte los argumentos para recortar el estímulo abundan: la economía ya no necesita una máquina de oxigeno: ya respira y corre por si misma, y es necesario tener listas las herramientas monetarias para cuando un nuevo ciclo recesivo regrese. Porque así será algún día.

Poemas Para Beber En El Starbucks: Jaime Sabines En Concierto: "Lento Animal" Tour

Créanme millenials: antes de que México estuviera dividido entre fans del Real y del Barça; entre devotos de Maná o de Molotov; entre adeptos de los Cowboys o los Patriots; en las mesas familiares se discutía si se era afín a la poesía de Octavio Paz, o a la de Jaime Sabines. Esa era la dicotomía nacional.

Y pensar que en esos días teníamos a Paz y a Sabines en la misma ciudad. A calles de distancia. Muchos pobres de espíritu ¡tenían que elegir!. Si leían a uno no podían disfrutar al otro. Pudiendo tener los dos en vivo y en directo.

Jaime Sabines no era un poeta: era un rockstar. Sus lecturas se desbordaban de público que quería escucharlo, pero también verlo y tocarlo. Miles y miles de personas (mi hermana y su esposo, por ejemplo) se habían dedicado sus poemas, se habían enamorado leyéndolos, se habían consolado escuchándolos, habían llorado de rabia por la muerte de alguien cercano leyendo las coplas al Mayor Sabines.

Yo lo se de cierto, no lo supongo. Yo lo vi muchas veces: auditorios repletos con gente sentada en el piso, aullando, gritándole agradecidos, pidiendo complacencias como si fueran canciones. Yo vi a Jaime Sabines abrumado por tanto cariño de sus lectores en un fenómeno que parecía más un palenque o un concierto que una lectura de poemas.

Me cuesta trabajo creer que haya habido gente, y que la haya, que dudara o dude de la calidad de su poesía. Jaime Sabines era Jorge Manrique mezclado con José Alfredo Jimenez; eran coplas urbanas con ranchero como música de fondo; eran versos limpios con un trasfondo grosero; era lo obvio del sentimiento diario intentando llegar a lo sublime; eran lamento y carcajada. Jaime Sabines era vida pura, sin ambages. Era un concierto.

Y en este concierto, de su Gira "Lento Animal" Tour (para a ver si así entienden, queridos millenials), les vengo presentando dos rolitas: la primera es una bolero ranchero, que podría haber sido cantado sin problema por Javier Solís. Va:

Yo no lo sé de cierto, pero supongo 
que una mujer y un hombre 
un día se quieren, 
se van quedando solos poco a poco, 
algo en su corazón les dice que están solos, 
solos sobre la tierra se penetran, 
se van matando el uno al otro. 

Todo se hace en silencio. Como 
se hace la luz dentro del ojo. 
El amor une cuerpos. 
En silencio se van llenando el uno al otro. 
Cualquier día despiertan, sobre brazos; 
piensan entonces que lo saben todo. 
Se ven desnudos y lo saben todo. 
(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)


Y la segunda rola es un crossover, digamos que es un grunge, y es una muestra (para mí la mejor), de que aquellos que decían que Jaime Sabines no escribía poesía, no sabían muy bien de lo que estaban hablando:

Lento, amargo animal
que soy, que he sido,
amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
que en la primera generación del hombre pedía a
          Dios.

Amargo como esos minerales amargos
que en las noches de exacta soledad
--maldita y arruinada soledad
sin uno mismo--
trepan a la garganta
y, costras de silencio,
asfixian, matan, resucitan.

Amargo como esa voz amarga
prenatal, presubstancial, que dijo
nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
que murió nuestra muerte,
y que en todo momento descubrimos.

Amargo desde dentro,
desde lo que no soy,
--mi piel como mi lengua--
desde el primer viviente,
anuncio y profecía.

Lento desde hace siglos,
remoto --nada hay detrás--,
lejano, lejos, desconocido.

Lento, amargo animal
que soy, que he sido.

domingo, 8 de octubre de 2017

Vigilando Burbujas

En contra de muchos pronósticos. Desafiando un puñado de indicadores que sugieren que los mercados accionarios, el mercado de bonos, muchos mercados de materias primas, están exageradamente caros, los precios de los activos financieros han seguido subiendo en meses y semanas recientes, prolongando el debate entre aquellos que piensan que el actual es un mercado lleno de burbujas que están a punto de reventar, y aquellos que afirman que la racha alcista de los mercados goza de cabal salud, y que aún tiene cuerda para seguir.
¿Estamos en un baño de burbujas? Los precios de las acciones, de los bonos, de los metales y energía, de las casas y oficinas, ¿están más caras de lo que deberían de estar? ¿el montón de las burbujas a nuestro alrededor están a punto de estallar y causarán una perturbación en el resto de la economía comparable a la que sufrimos en 2008-2009?
El problema que las burbujas es que sólo sabemos que existieron, no que existen. Es decir, solo estamos seguros de que existió cuando revientan. Tomemos por ejemplo el mercado inmobiliario hasta antes de 2008. Era claro que los precios de las casas en los Estados Unidos subían de manera desquiciada y sin ninguna lógica aparente. Pero en ese momento era difícil dilucidar si los inversionistas estaban haciendo cálculos erróneos respecto de la dinámica demográfica y urbana del inmobiliario. Quizá se equivocaron en muchas regiones, pero en California y Nueva York la burbuja no estaba tan equivocada.
O recordemos la desquiciada burbuja de las empresas tecnológicas que reventó dramáticamente en el 2000. La inmensa mayoría de los inversionistas que apostaban que cualquier empresa que oliera a internet y a tecnología se convertirían en las nuevas reinas del mundo y dominarían con sus productos y servicios, quedaron fulminados cuando la burbuja por fin reventó.
Pero hubo un pequeño grupo de inversionistas que apostaron porque algunas de esas empresas dominarían el mundo, y acertaron. Los inversionistas en Amazon, en Apple, en Microsoft, acabaron acertando. Una burbuja especulativa es la percepción de que la suerte de muy pocas será compartida por la mayoría. Las burbujas truenan cuando los inversionistas se dan cuenta de que la mayoría serán un fracaso, pero eso no implica que algunas de las empresas nacidas en la locura de la burbuja tecnológica no solamente sobrevivieron sino que, efectivamente, acabaron dominando el mundo.
Tomemos otro ejemplo: sobresaliente por su naturaleza. Pensemos aquellos locos inversionistas que cuando los bonos alemanes llegaron a una tasa de medio punto porcentual compraron todo lo que pudieron. En ese instante los inversionistas de todo tipo de bonos, incluyendo los bonos basura, también se atascaron de activos, empujando a ese mercado a lo que muchos calificaron de una burbuja irracional.
En su momento, los inversionistas en bonos basura sufrieron las consecuencias de su osadía. Cuando uno tras otro los emisores de bonos basura comenzaron a incumplir pagos, la burbuja en ese sector se desmoronó. Pero el inversionista en bonos alemanes que había comprado al bajísimo nivel de medio punto porcentual se felicitaba más tarde cuando los bonos alemanes empezaron a rendir cero por ciento, y más tarde aún, tasas negativas, tornando lo que parecía una apuesta irracional en un fantástico resultado.
Detrás de toda burbuja hay un componente racional: la narrativa detrás de toda burbuja contiene un sustrato de verdad. No todas las empresas tecnológicas que burbujearon en la década del 90 fueron los gigantes que muchos apostaron que serían; pero algunas empresas si lo lograron y sus inversionistas hoy están más felices que nunca. No todos los mercados inmobiliarios, como se creía, justificaban las locas valuaciones que vimos hasta antes del 2008, pero algunas ciudades si mostraron soportar la narrativa que empujó la burbuja.
Hoy es tentador decir que con los principales índices accionarios subiendo sin parar una nueva burbuja podría estar por reventar. No hay que descartarlo, pero al menos la euforia intratable, religiosa que acompañó a otras burbujas, no parece predominar en esta ocasión. O al menos no todavía. 

domingo, 1 de octubre de 2017

Los Estados Unidos De España

Durante la última gran glaciación, numerosos grupos de hombre modernos acabaron refugiándose de los hielos en la península ibérica, viviendo allí decenas de miles de años hasta que los glaciares se retiraron y su descendencia comenzó la repoblación de Europa. Desde entonces España es un país fundamental para la historia de Occidente, y del mundo: la historia de Iberia se entremezcla con la historia de la humanidad. El despropósito de la independencia catalana es una estupidez sólo superada por la actitud del Estado español ante la misma, y si este enfrentamiento civil continúa perderán las dos partes: y todos nosotros junto con ellos.
El debate educado ha enfocado la secesión catalana como un problema de Cataluña: el empecinamiento rabioso de la clase política catalana por empujar la agenda independentista sin tener el consenso suficiente. Con la agenda secesionista quieren ocultar la corrupción y los pecados de la nomenklatura catalana, y explotando la añeja afrenta contra Cataluña están llevando a una aventura desquiciada a los catalanes y a España a su desintegración. Todo eso es cierto, pero la secesión catalana me parece que es más un problema español que un asunto condal.
España es un Reino. Y en un reino hay reyes y vasallos; monarcas y súbditos. Necesariamente habrá una jerarquía entre los miembros del reino: habrá supeditación y mando. La restitución del reino, con democracia parlamentaria, fue la forma en que la clase política española acordó para transitar de la larga noche del franquismo hacia la democracia: fue la ruptura menos traumática con el autoritarismo franquista y la mayor concesión posible a la democracia europea. La monarquía constitucional democrática acomodó así a los grupos de poder y a los derechos de los ciudadanos. Pero no a las diversas naciones que conforman España.
España tiene un problema que es a su vez su mayor riqueza: no es una nación, es un país de países. Quizá no exista en el mundo un espacio geográfico tan diverso en un área tan reducida: gallegos, andaluces, asturianos, catalanes, y no se diga los misteriosos cántabros y vascos. España es desde hace miles de años un racimo de naciones como no lo es quizá ningún otro país en Europa, y quizá en el mundo. La monarquía constitucional democrática pudo durante cuarenta años gestionar a las élites y a los ciudadanos, pero dejó inconclusa la agenda de las naciones españolas y las sujetó al reino: a ser comarcas de un rey.
Cierto, el estatuto de las comunidades autonómicas dio enorme libertad a los países que conforman España, pero la secesión catalana muestra que el modelo del reino no es el adecuado: la tercera república es necesaria.
Las élites españolas han temido siempre a la república, creen que el país se disolverá si no está atado a Castilla y los antiguos reinos centrales. Piensan que con una diversidad tal la fuerza centrífuga prevalecerá sobre la centrípeta y el reino se les deshará de entre las manos. La crisis catalana es la demostración de que justamente lo contrario ocurre: el reino no es el modelo adecuado para mantener a ese diverso país unido.
La República Helvética, Suiza, es el caso de un país multilingüe, culturalmente diverso, con un acuerdo en común: la decisión de pertenecer a un país de manera federada, una comunidad de iguales y pares, una comunión de naciones viviendo bajo la regla democrática.
Europa sufre en este momento una reacción indeseable a su ímpetu unificador: al tiempo en que se constituyen como una unidad económica, muchas provincias lingüísticas, culturales y religiosas se escinden de sus comunidades originales: los Balcanes, pero también Bélgica y la Gran Bretaña amenazan con caer por ese talud. No debe ser la suerte de España.
España es tan importante para la historia y el destino de occidente que debe de encontrar la fórmula para permanecer unida: y esa fórmula no es la mostrada por el Estado español: macanazos y represión legal y policiaca. España debe ser más astuta que la minoría secesionista catalana. El Estado español ha caído en la trampa de la minoría secesionista: con la represión y la intolerancia los han hecho víctimas y han orillado al Estado a recurrir a la violencia, y no a la democracia, para resolver un problema político: los han mostrado más cerca del franquismo que de la democracia. El gobierno español ha perdido la batalla más importante: la de la razón y los argumentos. Ha perdido la paciencia frente a los intransitables secesionistas.
España debe ser más inteligente que el minoritario secesionismo catalán, y claramente ese atributo no es ostentado por el actual gobierno. Occidente inventó la República como una fórmula para que regiones disímbolas, países enteros, pudieran federarse y convivir como pares. Creo que la solución a la crisis catalana son los Estados Unidos de España.