domingo, 27 de agosto de 2017

La Economía De La Educación Pública Y La Desigualdad

Vamos a conceder sin reserva el argumento, muy de moda, que afirma que vivimos en una sociedad del conocimiento y que por ende, en la economía resultante de dicha economía, el activo más importante es el capital humano. Si ese es el caso, prosigue el argumento, entonces la educación es la estrategia más importante para el desarrollo económico. Si el anterior silogismo es correcto se sigue entonces lo siguiente: la mejor forma de distribuir el ingreso es a través de la educación pública.
La conclusión anterior no debería de ser ninguna novedad. De hecho es una antigua historia: fue la forma en que el Estado mexicano transformó un país rural en un país urbano, y convirtió a un país mayoritariamente pobre en un país casi de clase media. La educación pública mexicana ayudó a que millones de mexicanos pobres accedieran, en el curso de una generación, a un hábitat urbano y de consumo globalizado.
Pero cuando el Estado mexicano entra en una crisis fiscal en 1982, abundaron los alegatos en contra de la utilidad e incluso, sobre la oportunidad de la educación pública gratuita (y laica). Dicho alegato no únicamente vino de aquellas partes de la élite de este país ligadas secularmente al clero y al conservadurismo, sino que incluso dentro de los grupos liberales tradicionales se cuestionó la utilidad de la educación pública y sus instituciones.
El mejor alegato moderno a favor de la educación pública debe de venir hoy desde el argumento que sostiene que el capital más valioso en la economía moderna es el conocimiento. El conocimiento es producido por la educación. Y si quienes tienen conocimiento tendrán la riqueza, entonces la mejor forma de distribuir la riqueza es distribuyendo la educación: es decir, a través de la educación pública gratuita (y laica).
Llevando la educación sin costo a un mayor número de personas la distribución del conocimiento, y por ende de la riqueza, se generaliza y mejoramos entonces la forma en que los activos y los ingresos de una sociedad se distribuyen.
Si el conocimiento es riqueza, y la mejor forma de distribuir la riqueza es distribuir el conocimiento, la educación pública gratuita (y laica), tiene una importancia central como herramienta en el esfuerzo por aminorar la acendrada desigualdad de las activos y los flujos en nuestras sociedades modernas.
El conjunto de conocimientos que deciden la inclusión en la economía moderna (coding, robótica, finanzas, aeronáutica, inteligencia artificial, etc) deberían de ser distribuidas gratuitamente a través de las instituciones del sistema de educación pública con el fin de distribuir mejor la riqueza que representa el saber.
Que el saber que define la inclusión en la economía moderna sea distribuido en universidades privadas, si bien cumple con el requerimiento de proveer el incentivo económico para su generación (la ganancia) tiene el efecto indeseado socialmente de potenciar la concentración de riqueza (conocimiento) aún más y con ellos empeora la ya ineficiente desigualdad distributiva. La educación privada debe de existir por supuesto pues es un potente generador de nuevo conocimiento e innovación, y en esas áreas en particular, en lo respectivo a innovación y nuevo conocimiento puede incluso recibir fondos públicos pues genera activos útiles a la comunidad.
Pero la educación pública tiene una ventaja incomparable: es la mejor forma de distribuir la riqueza, pues distribuye el conocimiento en esta “economía del conocimiento” de hoy.
De lo anterior se desprende un postulado, un lema; el acto más generoso que un individuo exitoso en esta economía de conocimiento puede hacer, es dar clases en la universidad pública. Un individuo que ha triunfado en esta economía ha acumulado un capital considerable bajo la forma de un conocimiento único. Lo más generoso que puede hacer es compartirlo, y si lo comparte en una universidad pública, su generosidad se compone exponencialmente.
El conocimiento es un bien de capital extraordinario. A diferencia de una maquina o un edificio, su uso no es exclusivo: un individuo puede compartir su conocimiento con decenas de jóvenes, no únicamente en el aula, sino que internet nos posibilita hacerlo ahora en cualquier parte del mundo. A diferencia de un aparato, el conocimiento no se desgasta con su uso, sino que al contrario, como dicen los alemanes (que algo saben de máquinas), “el que enseña, aprende”, es decir, al usarlo, crece. El transferir el conocimiento es además una forma de inmortalidad, se puede trascender la vida individual al educar a otros.
Cuando conozco a alguien que ha tenido éxito en su ámbito y que tiene un conocimiento rico, siempre trato de convencerlo que de clases, de preferencia en una universidad pública: es como regalarse a si mismo, ese es el acto más generoso que puede haber, en mi opinión.


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