domingo, 19 de junio de 2016

De Economía Y Cosas Peores: Brexit Y España

Europa puede dejar de existir tal y como la conocemos esta semana. Dos de los países más importantes que conforman su economía irán a las urnas y los resultados podrían poner a la Unión en su ruta mediata de desintegración. El jueves el Reino Unido votará si permanece o no en la Unión Económica Europea (UE); y el domingo España votará de nuevo para tratar de conformar un gobierno que le ha eludido los últimos seis meses.
El voto británico alude directamente a la permanencia del país en la UE, y aunque el voto español no tiene ese carácter, la insurgencia de partidos críticos a la unión seguramente elevarán la tensión respecto del futuro inmediato y mediato del arreglo económico europeo, el cual ha mostrado en la última década la asimetría brutal de sus beneficios.
En el momento de escribir esta nota la salida de Gran Bretaña de la UE, el Brexit, es un volado. Las probabilidades de los dos resultados parecen parejas y sólo el asesinato de una diputada laborista parece haber balanceado los momios a favor de la permanencia. Aquí no hay medias tintas: el abandono de la unión por parte de la pérfida Albión sería un desastre económico para la economía insular en el muy corto plazo (de hecho, y en una muestra dramática de que la economía es percepción y anticipación, ya lo está siendo), pero el efecto más importante es el que tendría sobre la UE misma en el mediano plazo.
Si el Reino Unido abandona la Unión el mensaje será imposible de evitar: los costos de la misma son mayores que sus beneficios para muchos de sus miembros. Si la segunda economía de la UE la abandona, el avasallamiento teutón será aún más dramático y será inevitable que las asimetrías en contra de los países menos desarrollados se profundicen. Si la UE no logra compensar con igualdad social y simetría económica los efectos del Brexit, entonces el experimento comunitario tendrá sus días contados, y el verdadero efecto de la partida insular será no sobre la isla, sino sobre el continente entero y sobre su moneda común.
El voto en España tiene un propósito distinto por supuesto, pero el resultado de la jornada podría abonar a la complicación del arreglo económico de la unión. Los últimos seis meses España ha sido un país sin gobierno, pues los partidos mayores no han acordado una coalición capaz de formarlo. Todo apunta a que el próximo domingo la combinación de votos produzca un resultado similar, pero esta vez el partido mayoritario de la izquierda será Unidos Podemos, una constelación de agrupaciones tan a la izquierda de los socialistas del PSOE que el centro en España quedará irreconocible.
Incluso si los españoles dan una mayoría a una combinación del Partido Popular junto con su desprendimiento de Ciudadanos y el PSOE, el gobierno no será igual, y administrará un país que será muy sensible a los barruntos de desintegración de la UE. Unidos Podemos aglomera en España a los más excluidos de la Unión, a aquellos para quien la última década ha significado migración, desempleo, bajísimos salarios y precariedad. El hecho de que ese conglomerado político, que incluye al separatismo catalán, sea el vector de mayor crecimiento político en la arena española, y que esté a un paso del envejecido franquismo del PP, es una muestra de la fragilidad social que subtiende la terrible asimetría política de la Unión.
Luego de varias décadas en que la cohesión fue la fuerza predominante de la Unión, la última década ha atestiguado un brutal resurgimiento de las fuerzas centrifugas, aquellas que empujan no únicamente a la eclosión de la Unión, sino incluso de los países mismos que la integran: Bélgica quiere separarse en Wallonia y la Bélgica francesa; Cataluña quiere abandonar España; Escocia quiere desunirse del Reino Unido; Ucrania difícilmente es un país existente; el minúsculo Chipre quiere una partenogénesis; y Turquía recurre a la dictadura para evitar la fuga del Kurdistán.

Charles de Gaulle lamentaba una vez lo difícil que era gobernar un país, el suyo, en donde había más de doscientos tipos de quesos. Si factores lácteos son difíciles de conciliar, la historia de la UE ha mostrado lo complicado que es uniformar el mercado laboral en una zona geográfica en donde coexisten tantas (y tan bellas) lenguas. Si un mexicano se desemplea en Guerrero puede viajar casi dos mil kilómetros y trabajar en Tijuana. Si un español pierde su empleo y viaja dos mil kilómetros a Alemania, la barrera lingüística le impedirá conseguir un salario. La igualación de los salarios, que explica el éxito de economías continentales como Estados Unidos, Canadá o China, está limitada en Europa por la diversidad de idiomas. Y es eso, hablar en lenguas, a lo que se parecerá la Unión si los ingleses, los dueños de la lingua franca del continente, deciden poner el mar que los separa, de por medio.

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