domingo, 23 de marzo de 2014

Jacarandas

Uno de los grandes temas de la poesía japonesa es el florecimiento estacional de los cerezos. Es la vida regresando de la muerte, es la recurrencia de la vida, terca a pesar de todo. Es el palo, la vara seca del invierno floreciendo festiva y magnífica.

¿Por qué la poesía mexicana, al menos los poetas del altiplano, no se sorprenden ni cantan al ciclo morado de la jacaranda? 

Esta urbe portentosa y atrofiada, esta ciudad íntima y ajena, este rincón del mundo en donde padecemos, levantada sobre la destrucción de uno de los ecosistemas más bellos de la tierra, se resiste a rendir la plaza al hormigón y el cobalto. Cada primavera el fasto de las jacarandas floridas hacen que esta ciudad refulja morada, en una explosión fabulosa y alegre.

Hace algunos años escribí unos versos, que después mi compa Mario Bojorquez publicó en "Patrón de las Ciudades". Esos versos son una discusión con mi maestro Andrés Barreda, quien nos daba el curso en el patio de la Facultad cuando los jacarandas florecían. En sus clases explicaba la tensión entre el eros y thanatos, entre el valor de uso y el valor de cambio, entre la vida y la muerte. Esos versos, dedicados a él, fue mi manera de responderle. Varios años después de escribirlos, y tras la publicación del libro, pude enseñarlos a mi maestro. Le agradaron.

En esos días traía en la cabeza aquellos bellos versos de Elliot: "there's a time for milking and a time for harvest". El poema es sencillo, y busca reflejar, en la brevedad de la tradición japonesa, el gozo del renacer.

JACARANDAS

De la punta de sus ramas cuelgan 
Frutos dorados de paciencia
Saber dormir todo el invierno; desechar las varas viejas 
Respirar despacio y crecer hacia adentro
Morir en el tiempo de la muerte
Dormir cuando dormir se debe 
Pero florecer a la hora del goce
Florecer a tiempo

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