domingo, 13 de octubre de 2013

EL CIERRE DEL GOBIERNO ES LA APERTURA DE UN GRAN ABISMO


La mezcla de datos sobre el estado de las principales economías del mundo no es concluyente respecto del estado que éstas guardan. Un día sale un dato mostrando fortaleza en el sector manufacturero de los Estados Unidos, el otro se liberan cifras sugiriendo debilidad en el sector inmobiliario en China, el próximo muestra que a pesar de que Europa ha retomado tímidamente la senda del crecimiento, el desempleo sigue en récords de varias décadas.

Desde que la economía global, con algunas excepciones nacionales, hizo implosión en el año 2008, causando una devastación inédita en 2009, la tónica económica ha sido precisamente esa: una recuperación vacilante, dispareja y con avances hoy y retrocesos mañana, siempre al borde de una recaída que sería muy difícil de administrar.

Justamente para compensar tal fragilidad extrema de la economía global es que los principales bancos centrales del mundo han mantenido sus tasas de interés de referencia prácticamente en cero por ciento durante los últimos cinco años. Han sido años de una enorme complejidad para los responsables de las finanzas mundiales, todos los días caminan en la cuerda floja pues saben que una perturbación inesperada puede convertir la actual fragilidad económica en una nueva recaída económica global.

Es por eso que el cierre parcial del gobierno de los Estados Unidos provocado por la negociación política entre republicanos y demócratas es imperdonable. Es como tener en casa cuidando a un enfermo grave de pulmonía y que lo sacáramos a esquiar en el hielo.

Replicando lo ocurrido hace diecisiete años, los republicanos fuerzan a los demócratas a un cierre parcial del gobierno con el fin de forzar al presidente para que no expanda y recorte los dos programas de asistencia social más importantes de los Estados Unidos, Medicare y Medicaid, argumentando que dichos programas son los responsables de la creciente deuda pública estadounidense.

Como hace diecisiete años, los republicanos, con una irresponsabilidad infinita, están dispuestos a llevar a los Estados Unidos a la moratoria, al no aprobarle al presidente la autorización de techo de endeudamiento suficiente para que el Tesoro obtenga los recursos para servir su deuda.

Pero hay dos diferencias fundamentales entre hoy y hace diecisiete años. Entonces la economía de los Estados Unidos crecía al ritmo más acelerado de la postguerra, y el presidente se llamaba Bill Clinton.

Los republicanos de entonces, encabezados por Newt Gingrich pensaron tener a un desamparado Bill Clinton contra las cuerdas: el gobierno cerrado, con la amenaza de la moratoria, lo forzarían a pasar los recortes presupuestales a la seguridad social que los conservadores exigían. Pero sucedió lo contrario. Probablemente en su mejor momento, Clinton volteó a la opinión pública contra los republicanos, alzando una ola de furor popular contra el chantaje conservador, sacó de las mangas un fondo especial para pagar las deudas incluso sin autorización del congreso, desarmando el chantaje de Gingrich, y forzándolo a levantar el cerco político, reabriendo el gobierno y propinando una humillante derrota a los republicanos, quienes fueron arrasados en las elecciones legislativas siguientes.

Esta vez es distinto: el liderazgo republicano, orillado a esta estrategia por el sector extremo de su partido, encabezado por el texano Ted Cruz, le ha cerrado el gobierno a un tímido Obama, y lo ha chantajeado con no aprobarle el techo de endeudamiento necesario para servir la deuda si no da marcha atrás en la implementación de su reforma de salud, el Obamacare.

Obama no es Clinton, pero sobre todo, la economía de Estados Unidos del 2013 no es la de 1996. Si los republicanos cumplen su promesa y Obama no se humilla sentándose a negociar con ellos y llevan al Tesoro estadounidense a la moratoria, las consecuencias sobre los mercados financieros y la economía global podrían ser incalculables.

Si los republicanos no dan a Obama la autoridad para contratar deuda antes del fin de octubre y Obama no encuentra una salida los Estados Unidos por primera vez en su historia no honrarían su deuda. Si eso ocurre, la escala y envergadura del daño a la economía sería desastroso: se secarían los mercados de crédito bursátil y bancario y la tímida recuperación económica podría sufrir una reversión fatal no únicamente en los Estados Unidos sino en el resto del mundo.

El costo del dinero, medido por la tasa de interés, se dispararía, y las monedas de países como México sufrirían una aguda turbulencia, aumentando las posibilidades de una nueva contracción en el ciclo económico.

El drama calculado, la deliberada tragedia, el histrionismo límite son recursos que la clase política ha usado y seguirá usando, así que quizá en el límite del calendario, cuando el mundo esté preparándose para el cataclismo, una de las partes saldrá a zanjar la contienda y los mercados respirarán aliviados. Pero la torpeza es un don humano esencial, y si ésta predomina podríamos despeñarnos junto con la economía global en un abismo horrendo.




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